sábado, marzo 01, 2014

EL NIÑO Y LA BOLA, NICARAGUA

El niño y la bola es una ONG que tiene dos sedes, una en Nicaragua y otra en Costa Rica. Está fundada por un guatemalteco y se dedica a organizar grupos de apoyo para los niños de familias más necesitadas, concienciar a los chavales y sobre todo a sus padres, de que el estudio es quizás la única salida para poder ofrecerles un futuro mejor.

Salgo de El Salvador de madrugada, me esperan 12 horas hasta llegar a Managua, Nicaragua. Decido cambiar de compañía e ir con "Compañia de buses Del Sol", las oficinas me dieron una buena impresión y por las fotos los asientos parecían mucho más cómodos que los del Tica Bus que es la compañía oficial que cruza toda Centroamérica y la que suele usar todo mochilero que se precie. 

Me di cuenta, nada más entrar en el bus, de dos cosas:

1. De que el fotógrafo contratado para los flyers de los anuncios de la compañía era BUENÍSIMOOOO!!!. Porque nada de lo que había en ellos lo tenía el bus al que me subieron.

2. El haber pagado un billete "Ejecutivo". No implica el que vayas a viajar más cómodo.

Todo, desde los asientos desfondados, el olor a "Esto no lo hemos limpiado", hasta el desayuno prometido por viajar en "E-je-cu-ti-vo". Todo, era de lo más demencial. Por no hablar de la bronca que tuve con la """azafata""" (con múltiples comillas) por quererme cobrar 18 dólares en vez de los 10 que se suponía tenía que pagar para entrar en Nicaragua. ¡Ay! Tica Bus... ¡¡Cómo te añoro!! Esto me pasa por ir de pija por la vida y querer viajar con cierto lujo...


Llego a Managua y allí me espera Erlin, un muchacho que es todo sonrisa y director de la ONG en Nicaragua. Cientos de taxistas me rodean para sacarme un viaje. Yo miro a Erlin preguntando... el niega muy serio y les va apartando como moscas y salimos a la calle. - Estos te cobran mucho más caro -- me dice. ¡Qué a gusto y a salvo se encuentra una cuando va de la mano de un lugareño!. Me presenta a Esmeralda, una chica de 23 añitos muy simpática que es su mano derecha en la organización. Cogemos un taxi y vamos a la Universidad de Nicaragua. Es donde estudia Esmeralda y Sandra, la hermana de Erlin. Allí es donde me quedaré las dos noches que pase en Managua.

Qué decíros de los dormitorios de la Universidad. Me imaginé a mis primas pequeñas, que ahora están estudiando, metidas en una habitación así durante toda la carrera. Agua fría por supuesto, en Nicaragua, me dicen, nadie tiene agua caliente. ¡Para qué!, me preguntan perplejas las chicas. Los camastros seguro fueron reciclaje de la “Mili” cedidos por el ejército español, el lavabo es a su vez la pica donde lavan la ropa y tendedero. Hay que aclarar que se trata de la Universidad más prestigiosa de toda Nicaragua.
 
Me di cuenta rápido de la capacidad que tiene el ser humano en adaptarse. Yo venía del mayor de los lujos en El Salvador para acabar en la celda de un cuartelillo cualquiera con techos de chapa y agujeros mútiples para que los bichos nicaragüenses pudieran colarse y resguardarse del viento. Pensé que no aguantaría dos noches allí y me equivocaba, todo es cuestión de acostumbrarse. La segunda noche fue como si hubiese vivido allí toda la vida… bueno… no tanto, pero no fue tan malo como en un principio pensé. Al final organicé una sesión de cine Español. Para empezar “¡Ay Carmela!” de Carlos Saura, ¡gran película!, para luego darles una pequeña clase de historia para que entendieran un poco lo que fue España.

Vamos a grabar al poblado donde El Niño y la Bola se reúne. Está dentro de la misma Managua, más que un poblado es un barrio, pero al adentrarse da la sensación de estar en medio de las montañas, parecido a cuando estuve en el poblado de Guatemala. Familias sumamente pobres que viven en un mundo completamente ajeno al resto de la ciudad.

Grabamos a distintas familias, tratamos de hablar con una de las madres, muy joven y ya llena de niños. Es evidente que para ella los estudios de sus niños es algo secundario. Uno de ellos se niega a ir a la escuela, él tiene 10 años y ella no va a ser quien le haga cambiar de opinión. Si no quiere, no quiere… Pero en presencia de la cámara por supuesto que habla maravillas de la organización y dice que es algo importante para la comunidad.

Marchamos a la Isla de Ometepe, voy acompañada por Erlin. Para llegar esta es la lista de tranporte a utilizar:

-Taxi de la Universidad a la estación de autobuses.
-Autobús de Managua a Rivas.
-Taxi de la estación de Rivas al puerto de Rivas.
- Barco de Rivas a la Isla de Ometepe
- Autobús del puerto de Ometepe que te deja en medio de la nada.
- En teoría coger otro autobús que te lleva desde “en medio de la nada” a Santa Cruz, el pueblo donde estaré alojada. Si no, caminar unos 5 kilómetros.

Viajamos en transporte público, el que usan los Nicaraguenses. En estos paises se diferencia muy bien entre el transporte que usa el turista o el que usa el lugareño. Por daros un ejemplo, el viaje de Managua a Costa Rica en bus para turistas cuesta $30. Si vas en los otros $12.

Me gustó, la verdad, desde que emprendí el viaje siempre quise montarme en uno de esos autobuses llenos de colores, pero todas las guías e incluso la web de la embajada española te sugieren que nunca los utilices porque son peligrosos. Yo como voy con Erlin estoy tranquila. 

El autobús público es dos veces más pequeño en todo, en los asientos, en el pasillo... y va cuatro veces más lleno. Se suben y bajan miles de personas, constantemente, empujándose, aquí ese es el deporte nacional y nadie se molesta. Me impactó la paciencia que tiene la gente de aquí al dejarse tocar. Uno, que va de pié, puede estar sentándose literalmente en tu hombro, que vas sentada, y nadie se queja. ¡Eso sí es apoyarse unos a otros!

A mitad de camino suelen subir un grupo de comerciantes vendiendo todo tipo de cosas: cacahuetes, tortitas, pulseras, relojes, pollos, cambio de divisas... Todos con sus cestas en la cabeza, empujando a todo quisqui, haciéndose sitio y alzando la voz para que el bus entero, embutidos como sardinas, sepa el tipo de mercancía que lleva. Es literalmente un mercado ambulante.

La isla de Ometepe está formada básicamente por dos volcanes unidos por una lengüeta que es una playa larga que da al lago. Uno de los volcanes está activo, el otro tiene en su vértice un lago. Cuando los primeros españoles llegaron, me cuentan, bautizaron al lago como “El mar dulce” es tan grande que no se ve el final de éste y parece, efectivamente, que estás en el mar. Incluso yo sabiéndolo, cada mañana al zambullirme en él, sacaba la cabeza con asombro por la impresión que me daba al no apreciar la sal del mar.

La isla es bastante turística en comparación con otras partes de Nicaragua, pero todavía está por explotar. Da la impresión de que pudiera ser la Ibiza de los años 60 cuando todavía casi nadie la conocía. Ometepe está llena de mochileros que se dedican a hacer macramé y dan un pintoresco color al lugar.

Los hoteles son muy sencillos, todos, por supuesto, sin agua caliente como en el resto de Nicaragua. Mi hotel es simple, pero limpio y con wifi lo cual es todo un lujo en la isla. Me dejan la habitación por $9 la noche, algo más barato de lo que suele ser por ser voluntaria de El Niño y la Bola. Está frente a la playa lo que hace que me de exactamente igual el resto de pequeños inconvenientes como la comida, bastante mala, el chorrito mínimo en la ducha de agua fría o los múltiples bichos que tienes que acoger obligatoriamente en tu dormitorio como compañeros de cuarto.

Grabamos una reunión de el niño y la bola. Un grupo de pre-adolescentes tímidos ante mi cámara tratan de explicar lo que es el grupo. Hecemos alguna entrevista a padres de la comunidad. Me sorprendió doña Fátima, una madre de muchos que trata de concienciar a sus hijos para que estudien y no acaben como ella. Embarazada joven, sin estudios y trabajando en el campo. 


La inteligencia y lucidez de Doña Fátima es lo que haría falta para cambiar la situación de alguna de estas familias. -- “Yo le digo a mis hijas, la tierra te la pueden quitar, pero los estudios… eso, eso no te lo quita nadie”. Dice Doña Fátima.

Me encanta Ometepe, tanto, que decido quedarme unos días más. Tengo la oportunidad de conocer a lugareños. Ya en un par de días la gente del pueblo sabe quien soy. 

Jose Alberto, que tiene un restaurante que es una pequeña chocita donde atiende a tanto gatos, perros, caballos, gallinas como a clientes, todos en un minúsculo patio con sillas de plástico de la Cocacola, me hace precio siempre que voy y me avisa cuando tiene buen pescado. Me encanta eso de los pueblos.

Conozco a un chico, 30 años, al que llamaré Sargantana (se que a Sargantana le molestaría muchísimo que revelara su nombre, así que como lo prometido es deuda no lo mencionaré ni pondré fotos de él). Sargantana nació y creció en Ometepe y prácticamente no ha salido de allí, solo en un par de ocasiones a Managua (a 3 horas), a León (a 5 horas) para ir al dentista y una temporada a Costa Rica buscando algo de trabajo donde tuvo que vivir en la calle. Sargantana ha nacido en el lugar indicado, no creo que pudiera vivir en otro lugar, por eso le he bautizado así, él es como las Sargantanas de la Isla del Aire en Menorca que dicen cambian de color y mueren si las sacas de allí. 

A Sargantana le apasiona cultivar en su huerto, la naturaleza, cuidar de sus caballos. Sube el volcán todos los días hora y media caminando hasta llegar a sus tierras y lo que más le gusta es regresar al atardecer, después de trabajarlas, porque es cuando más siente una conexión con la naturaleza, dice. 

Sargantana desconoce como funciona el email, se lo intento explicar pero se que es en balde, -- Para qué tener un mail, me dice. --Pues  para seguir en contacto con otra gente… -- pero para qué, me contesta, que vengan a verme si quieren contactar… 

Creo que Sargantana es el ser más afortunado que conozco porque todo lo que quería en la vida lo tiene. Tuvo la oportunidad de salir y estudiar, son 12 hermanos, tres de ellos estudiaron carrera, pero él no quería abandonar su huerto y sus caballos. ¡Qué suerte tiene!. A mi modo de ver, Sargantana ha triunfado. ¿Qué más se le puede pedir a la vida que conquistar tus sueños?. A veces nos obsesionamos en nuestras metas sin darnos cuenta que la mayoría de ellas son impuestas. Metas que inconscientemente se nos graban, metas impuestas por la sociedad en que vivimos. Me propongo, poco a poco, despojarme de todas aquellas que no me interesen y quedarme con las que para mi sí valen y así quizás pueda llegar a ser algún día, tan afortunada como Sargantana.

Cuando me pregunta que a qué me dedico le digo con el pecho hinchado ¡Al Cine!. Se me queda mirando, sin comprender, como esperando más explicación. 

- ¿Se gana bien en el cine? 

- No, nada, no gano nada de dinero… 
- ¿Entonces, por qué lo haces?... 

Voy a responder esa misma contestación que tan bien aprendida tenemos todos los que nos dedicamos a esto o a cualquier disciplina artística, pero me doy cuenta de que esa respuesta es tan estúpida como haber tratado de abrirle una cuenta de Gmail a Sargantana… me quedo en silencio, me ha dejado sin palabras. 


- ¿La verdad?, no se por qué me dedico a esto… ¡Vaya pérdida de tiempo ha sido mi vida, ¿verdad?.  -- Él ríe.

- Es que no entiendo… 
- Yo tampoco, Sargantana, yo tampoco. 

Cuando le enseño fotos de Menorca me dice que es una ciudad con grandes edificios, le sorprende... Entonces le enseño fotos de Nueva York... Se queda mudo, pero no por la misma razón que el resto de la gente que conozco. - Pero... ¿porqué la gente querría vivir a lo alto, por qué no a lo ancho?... no entiendo nada, me mira desconcertado. Eso me hace pensar en mi minúsculo apartamento en Nueva York, en mi diminuto cuarto y en la cantidad de dinero que gasto para poder vivir ahí.

Sr. J. es otro espécimen de la isla, muy diferente a Sargantana, con solo 23 añitos, es todo un borrachuzo que acaba de tener un hijo con una turista Austríaca de 26. Los suegros austríacos le pagaron hace poco un billete para viajar a Europa y que pudiera ver nacer a su hijo. De paso le contrataron en su finca para que trabajara en el campo. Sr. J. estaba muy contento porque encima le pagaban a $5 la hora y había conocido Austria. Ahora Sr. J. ha regresado a la isla para hacer lo mismo de siempre. Trabajar en el campo por el día y emborracharse y ligar con turistas por la noche.


Conocí a Morgan, 48 años, un irlandés ya pasado de todo (en todos los sentidos) que llegó a la isla hace 8 años, compró tierras y montó un hotelito monísimo, “Little Morgan”. Su hotel está compuesto por multiples cabañas contruídas sobre árboles. Todo hecho con troncos muy robustos. Vistas espectaculares. Lo único malo es que se llena de extranjeros, la mayoría Alemanes. Hay fiesta todas las noches en “Little Morgan”, donde los guiris se emborrachan y a su vez son robados por algunos avispados lugareños mientras  danzan ebrios bajo las estrellas o cuando duermen la mona, pero Little Morgan es un gueto en la isla que no me interesa nada. ¿Para qué viajar entonces?, Yo prefiero mi hotel, regentado por Nicaraguenses. 

La que lo dirige es muy borde, pero yo creo que es por culpa de su escasa inteligencia más que porque sea mala persona. Un día le pedí un sanwich de pollo pero sin ningún tipo de salsa. Cuando me lo trajo, el sándwich venía con salsa. Cuando le pregunté me dice: "No le puse salsa, solo se la puse al pan, no al pollo". Ante tal respuesta me rendí a la evidencia.  La dueña, sin embargo, es una señora gorda encantadora y sonriente que casi me mata por no haberla avisado que el Lunes 24 era mi cumpleaños. Me dio un trozo de tarta y para mi estupor hizo que todos los trabajadores y clientes del hotel me cantaran cumpleaños feliz. ¿Imagináis mi cara?

Un lugar curioso es un viejo autobús colocado en medio del campo donde dentro han montado una tienda de pulseritas de macramé. Ometepe está empezando, principalmente, con ese tipo de turismo. Neo-Hipies que se dedican a viajar vendiendo su artesanía, lo cual irrita a Morgan porque dice que esos no dejan pasta.

Conozco a D.R. un artista Salvadoreño al que me gané su respeto cuando le dije que había visitado Soyapango, el barrio tan terrible de El Salvador. - ¡Ey chicos, ella (señalándome) fue al barrio donde cuando entras, nunca sales!... ¡Y salió vivita!. Todo el grupo se gira para observarme y yo levanto los brazos victoriosa por mi gran hazaña. Lo que evidentemente evité decir es que visité Soyapango con coche blindado. 

D.R. me explica que él expone mucho en El Salvador, cuando le pregunto que en qué galería o museo, justo antes de acabar mi frase, me doy cuenta de lo ridículo de mi pregunta… -- No, no, en la calle, yo expongo en la calle, que es donde más publico hay .. D.R. ríe a carcajadas. – Yo no soy como esos cabrones. Cabrones son esos que se las dan de artistas… -- me explica.

A la mayoría de esta gente la conocí en mis sesiones diarias de playa y sol. Me di cuenta de que los Ometepeños son muy curiosos. Se acercan y te preguntan. ¿De donde es usted?... tu contestas y se quedan a tu lado como tres minutos callados, mirando al horizonte… con lo que tu haces lo mismo por no saber qué hacer… (Tres minutos después): ¿Y le gusta la isla? – Sí, le contestas… Otros tres minutos en silencio observando el horizonte. Y así te puedes pasar todo el día, porque no se van, ¡no se van ni pa tres! Preguntando y meditando tu respuesta… La mejor solución que encontré si quería estar sola (porque a veces esas charlas podían durar horas y había que cortar de alguna manera), era tumbarme, ponerme las gafas de sol y hacer ver que no había nadie allí. Al cabo de los 3 - 5 minutos de silencio de rigor se despedían amablemente. Pero gracias a esas charlas, la siguiente vez que te veían por el pueblo, ya eras considerada una amiga, y así te presentaban.

El día que conocí a Sargantana me invitó a ir una noche a el Zopilote un bar-restaurante, cabañitas en medio del bosque, donde se reúne toda la gente jóven. 

Partimos, noche oscura por el campo. Él que tiene ojos de búho iba delante sin linterna, caminando en plena oscuridad. Mi séptimo sentido, que es el de la responsabilidad, empezó a disparar su alarma… ¡Serás gilipollas!, ahora se girará, te agarrará y te robará… o lo que es peor… ¡¡te robará y te violará!!… Yo detrás con mi linterna, sudando como un pollo y observando atentamente la silueta de Sargantana por si hacía algún movimiento sospechoso.  Campo, campo, campo. Árboles. Campo… No se escucha nada, sube montaña… Sube montaña... 

- ¿Y esto… donde está?... porque yo no escucho nada, pregunto. 


Como buen isleño su contestación llega 3 minutos después de un largo e inquietante silencio… Ya, llegamos… Pobre Sargantana si él supiera lo que llegué a pensar de él en aquél trayecto…

Evidentemente no ocurrió nada, porque a parte de que tengo un muy buen séptimo sentido, el que tengo más agudo, no es ese, sino el de la intuición y Sargantana resultó ser lo que imaginaba, uno de los seres más nobles que he conocido y su  ingenuidad, que es la de un niño, jamás le hubiera permitido imaginar que alguien pensara el tipo de cosas que yo llegué a pensar.

En Ometepe decidí pasar el día de mi cumpleaños y la verdad es que me alegro, lo pasé tal y como yo quería, en la playa y rodeada de agua. Cada vez siento más esa necesidad, la de estar cerca del agua, lo cual me hace sospechar que es la edad, donde todo es un círculo y siempre se vuelve al origen, en mi caso a Menorca. ¿Me estaré haciendo vieja?.... ¡¡¡Ahhhhhhh!!!

Ometepe me enamoró y quiero regresar. Es un lugar todavía en bruto, sin explotar y espero que no se estropee mucho con los años. Es un lugar donde es muy probable que mientras estás bebiendo el café de la mañana te salte a las rodillas, un gato, un perro o una de las gallinas que pululan libres por ahí, sin ningún tipo de restricción. Hablando de gallinas, solo una anécdota divertida. Cada mañana al ir a desayunar al restaurante de Jose Alberto se me cruzaba por la carretera, como si fuese un dibujo animado, una gallina con sus 10 polluelos, así en frente de mi, cada mañana…. ¿Qué tipo de señal me está manando el Universo?. Los caballos también caminan libres por el pueblo, por la carretera, por la playa, así como los cerdos gigantes. No te asustes si cuando estás tranquilamente tumbada tomando el sol se te acerca un cerdo y se pone a tu lado a contemplar la vista.
Me da mucha pena dejar Ometepe, pero ya he alargado muchos más días de los que pretendía. La ONG en Costa Rica no contesta y esa ha sido la excusa perfecta para quedarme más.

Y es que las cosas siempre ocurren porque tienen que ocurrir. En mi espera, recibo una tentadora invitación. Mis amigas, Eva y Eli, las que están en Guatemala, van a ir ese fin de semana a la Isla de Utila, Honduras, un auténtico paraíso por lo que dicen. Al principio me niego, yo debo seguir mi ruta, sería una tontería volver para atrás y luego volver a cruzar todo Honduras y Nicaragua hasta llegar a Costa Rica, pero por otra parte, nadie me contesta allí. 

Me recuerdo a mi misma una de las razones principales de mi viaje. Toda mi vida he tenido las cosas muy claras (cada vez menos he de decir). Desde los 5 años quería ser corresponsal de guerra y no se me quitó la idea de la cabeza hasta que cumplí los 18, para gran alivio de mis padres. Siempre he hecho lo correcto, siempre he tenido un plan y es que lo admito aquí y ahora: ¡¡Soy una Control Freak!!. Siempre tengo que tener el control sobre todas las cosas. Hasta el punto que por ejemplo cuando era adolescente podía decidir no ir a la fiesta del año  porque no tenía la libertad de volver cuando yo quisiera sino que tenía que esperar al resto del grupo. Hasta ese punto. Pues uno de los motivos principales de este viaje era romper con esa estricta forma de ser y dejarme llevar un poco, ir donde me llevara el viento.

Así que decido ir a Utila a pesar de que es una auténtica locura, es cruzar en una semana, medio centramérica dos veces. Pero me atrae la idea de cambiar de planes en un minuto y traicionar a mi Yo responsable. Aunque se trata de una traición a medias, y es que es muy difícil, a esta edad, cambiar.

Rápidamente mi Yo responsable fabricó, como suele hacer siempre, la excusa perfecta para dar rienda suelta a alguna de mis locuras. Llamé a una de las ONG, la que me dejó colgada cuando estaba en Guatemala, y que opera en Honduras, justo en San Pedro Sula, donde me tengo que reunir con mis amigas, y les digo que me ha surgido un imprevisto y que al final, si ellos todavía quieren, puedo grabarles el reportaje. Mi intención es ir un día antes, grabar el vídeo y luego reunirme con mis Eva y Eli. ¡Zás! Mi mala conciencia por querer hacer una locura desaparece de inmediato.


Ese mismo día tengo que avisar al hotel de que me marcho en unas horas, hacer la maleta y despedirme de todo el pueblo de Santa Cruz. Jose Alberto, Sargantana, Sr. J., D.R. … Me da una pena enorme marchar. Me despido de la playa, de sus sapos que croan al anochecer, de su cielo estrellado… Marcho de madrugada con el corazón encogido viendo alejarse la isla con sus preciosos volcanes que sin percatarse de mi ausencia amanecen apaciblemente en el lago Nicaragua.

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