jueves, abril 03, 2014

EXPEDICIÓN A LAS ISLAS DE KUNA YALA (ISLAS SAN BLAS)

DÍA 1. EMBARCANDO HACIA LO DESCONOCIDO

Emprendemos la expedición hacia las islas de Kuna Yala, popularmente conocidas como Islas de San Blas. Ya nos advirtieron anteriores exploradores que investigaron la zona que fuéramos preparadas.

El equipo humano de expedición lo formamos cuatro mujeres: Lourdes, guía e indiscutible experta de la zona de Kuna Yala; Beatriz, nuestra contable que controlará diariamente que el presupuesto de nuestra expedición no entre en números rojos; Carmen, cocinera donde las haya, hambre no vamos a pasar; y yo misma encargada de documentar nuestro viaje.

Para llegar a Kuna Yala debemos atravesar parte de la selva que separa Kuna Yala de la civilización. Al llegar a la frontera, un grupo de Kunas nos detienen para comprobar nuestras identificaciones, pasaporte y demás documentos. Lourdes entrega su pasaporte destruido por el Moho debido a una inundación ocurrida hace unos meses en su casa, eso nos hace temer a al resto del grupo que la expedición pueda llegar a su fin antes de comenzar, pero todas, por consenso, decidimos que en tal caso, ya que la expedición es más importante que ninguna de nosotras, deberíamos abandonar a Lourdes a su suerte con los Kuna y el resto del grupo proseguir con el plan inicial, llegar a las islas.

Milagrosamente, dejan entrar al territorio Kuna a Lourdes así que para alivio del resto, no tendremos que vernos en la obligación de abandonar a nuestra compañera.

Ya atravesada la selva de Kuna, tras varias horas de caminos tortuosos, llamados “los senderos del vómito”, llegamos a un puerto Kuna. Allí otra frontera económica nos espera, los Kuna nos hacen pagar otra tasa imprevista, lo cual hace que Beatriz se tire de los pelos ya que no estaba presupuestado en el informe de nuestra expedición, habrá que ir rebajando gastos si queremos cumplir con lo previsto, pero una vez llegadas ahí no hay más remedio que continuar, no tendría sentido regresar y abandonar.

Una barca nos llevará a una isla desconocida, no era la isla que inicialmente habíamos planeado visitar, pero es que los Kuna tienen aquí mucho poder, tanto que son ellos los que te indican a qué isla ir. Pretendemos, una vez en esa isla desconocida, si el presupuesto nos da para el soborno, escaparnos de la supervisión de los Kuna y conseguir llegar a Chichimei, la isla de los tres mares, la  que inicialmente pretendíamos explorar.

Llegamos a la isla desconocida, pero no vemos ningún interés antropológico en ella por lo que decidimos sobornar a nuestro barquero para que nos abandone a nuestra suerte en otra más interesante para nuestros estudios. Concertado el nuevo precio nos abandona en Isla iguana, un islote de unos 300 metros cuadrados completamente desértico. Suerte que vamos preparadas: nevera de 60x50x50 cm, suficiente para almacenar algunos snacks, cerveza y vino, también hemos traído sedal con su respectivo anzuelo para pescar. No hay por qué alarmarse.

Cae la noche y el hambre arrecia. Lourdes encargada de la fogata advierte que no hemos traído mechero para encenderla. Empiezan los problemas. Yo dispuesta a empezar a pescar para proveer a mis compañeras de alimentos saludables, pescado caribeño. Revisando el material de pesca me doy cuenta de que se trata de material para pescar tiburones. Sedal de un grosor parecido a un cordón de zapatos y un anzuelo de unos 10cm que flota gracias a un pequeño delfín sonriente que bien serviría para jugar con él en una bañera llena de espuma. Me pregunto por qué Lourdes habrá traído tal juguete si sabíamos de sobra que en la isla no dispondríamos de bañera alguna y menos de agua dulce y caliente para jugar con el delfinito. Trato de pescar con él pero desisto al escuchar a todos los peces de a mi alrededor reírse a carcajadas bajo el agua riéndose de mi ingenuidad. Trato de explicarles que yo fui pescadora aventajada en mis tiempos, pero las carcajadas son tan insoportables que me doy por vencida. Los peces caribeños no son tan tontos como nos imaginábamos.

Primera noche de hambre, todavía tenemos provisiones de patatas y galletas, es mejor dormirse temprano y mañana tratar de encontrar alguna manera de pescar algo.


DÍA 2. RECONOCIENDO EL TERRENO

La noche la hemos pasado prácticamente en vela, un vendaval casi hace volar ambas tiendas de campaña con nosotras dentro, ya que éstas están desprovistas de clavos para engancharlas a tierra,  Yo me he pasado la noche agarrada a uno de los vértices de la tienda para que no se me llevara mar adentro.

La isla, a pesar de su diminuto tamaño tiene la capacidad de ocultarte si así lo deseas. En varias ocasiones hemos perdido de vista a nuestra compañera Carmen con gran pánico del resto del grupo. Nunca se debe de perder a la cocinera de vista, ¡nunca!. Carmen se defiende con algo de razón. No hay comida que cocinar, así que ella pretende tomarse un par de días de vacaciones.

A media mañana nos damos cuenta de que unos ojos blancos como la leche parpadea tras un grupo de palmeras. Un par de Kunas aparecen, Luis y Paly, al parecer protectores de la isla. Parece que vienen en son de paz y por un NO tan módico precio nos arreglan el problema de la comida... por hoy. Beatriz accede a soltar algo del dinero de la expedición pero con la condición de que desistamos en la idea de llegar hasta chichimei. Nos quedaremos con las ganas pero la comida es más importante.

                                                                                         Los Kunas Paly y Luis llegando a la isla
Lourdes y yo no desistimos en nuestro empeño por pescar y proveer a nuestro equipo con alimentos. Llegamos a la conclusión de que quizás si arrastramos el grueso cordón-sedal mientras nadamos los peces puedan llegar a confundirse y picar el anzuelo. Tras una mañana de duro trabajo atormentada por las carcajadas de los peces caribeños que descojonados se burlan de ésta nueva forma de pesca europea, desisto en mi empeño. No vamos a pescar. No vamos a tener comida para el resto de los días que nos quedan de expedición. El hambre empieza a hacerme desvariar.

Esta noche sí cenaremos con la NO tan económica cena que nos han vendido los Kuna Luis y Paly que tal y como llegaron, desaparecieron con el botín. Felices, estamos tranquilas porque tendremos comida para ésta noche y mañana a mediodía. Lourdes insiste que aún podríamos pescar, yo no quiero ser aguafiestas pero lo dudo mucho.

                                                       Limpiando el pescado de los Kuna



DÍA 3. EXPEDICIÓN SUBMARINA

La isla amanece más tranquila. Desayuno un par de galletitas, de las pocas que quedan. Lourdes, nuestra guía experta se ha vuelto a topar con los Kuna y ha podido negociar una expedición a otra isla, la verdad es que Isla Iguana (300m cuadrados) ya la tenemos más que vista. Por un NO tan módico precio nos llevarán a Isla Perro, Isla Hundida y a una isla secreta. Por el precio nos darán cervezas hasta reventar. El grupo aplaude la iniciativa de Lourdes y nos ponemos en marcha para cocinar primero el pescado restante de ayer y así comerlo antes de partir. No se vaya a poner malo.

Con estupor descubrimos que alguien se dejó nuestra preciada nevera abierta durante toda la noche y el pescado se ha podrido. Se ve que la sombra de la palmera no es suficiente para guardar el frío. Volvemos a la hambruna.

La sola idea de no poder comer hace que ya me maree. Por suerte nos queda un meloncito diminuto que podemos repartir entre las cuatro y unas cuantas nueces que sobraron de la noche anterior. Lourdes está convencida de que desde la barca pescaremos, incluso con su sedal para tiburones, una docena de peces para la cena y que nos “hartaremos a comer”.

Llega la hora de la expedición y nuestros guías kuna Luis y Paly no aparecen, al final son otros kuna desconocidos lo que nos harán la ruta. El precio será el mismo, pero sin la visita a la isla secreta ni por supuesto la desorbitada cantidad de cerveza que nos habían prometido y que serviría también de alimento engañando a mi pobre estómago con su cebada.

Mi máxima en éste viaje es ver delfines, pero el sonido de mis tripas hace huir a todo delfín viviente de la zona así que no tengo la posibilidad de deleitarme con su presencia y danzar con ellos bailes caribeños bajo el mar.

La isla hundida tiene su gracia, pero no es más que eso, una isla hundida llena de estrellas de mar tan escondidas que solo pudimos ver una y de una fauna muy curiosa parecida a un campo de golf con sus pequeños arbolitos.

Isla perro resultó más interesante para mi, un barco hundido, muy cerca de la zona al que pude acceder buceando. Miles de peces caribeños saludaban mis tripas. He de admitir con cierta vergüenza que cada vez que me ponía a seguir uno mi mente lo visualizaba asado en la fogata de nuestra playa Iguana. En más de una ocasión me vi en la obligación de disimular cuando el pez en cuestión me miraba con ojos saltones preguntándose por qué me relamía tanto.

Volviendo a nuestra isla, Lourdes cumple con lo prometido y echa el sedal mientras la barca nos lleva de regreso. Yo, con las tripas doloridas voy mirando a popa de vez en cuando para comprobar si Lourdes, ducha en las artes pesqueras ha conseguido su objetivo. De lejos vuelvo a escuchar a los peces descojonados de risa al que se han sumado a la juerga algún delfín y un par de tiburones que no pueden evitar disimular su sonrisa maliciosa.

Regresamos, como era de esperar a nuestra Isla Iguana con las manos vacías, sin nada que llevarnos a la boca. Lourdes va en busca de los Kunas protectores de la isla, los que aparecen y desaparecen cuando menos te lo esperas. Regresa llena de satisfacción con un nuevo trato. Los Kuna nos darán una suculenta cena de Pollo, arroz y una gran ensalada, también nos invitarán a cervezas y a ron por un NO tan módico precio. Beatriz, la contable del equipo, se echa las manos a la cabeza, hacemos recuento céntimo a céntimo de lo que nos queda, ya hemos superado con creces nuestro presupuesto, pero es que ahora se trata de vida o muerte. Damos a los Kuna todo lo que tenemos guardando el dinero justo para poder regresar a puerto.

Por otra parte, yo, que no me puedo imaginar de donde sacarán un pollo los kuna en tan aislado paraje, pues no se ha visto en la zona ningún tipo de animal que no proviniera del mar, decido no pensar mucho y lanzarme a la cena.

Las cuatro nos sentamos sin poder de dejar de sonreír esperando la suculenta cena. Ésta llega y nuestras sonrisas se desvanecen. Nuestra suculenta cena, pagada a precio neoyorquino, se reduce a unos cuantos trocitos de algo que se parece a sepia y un grupito de verduras al lado.


Respiro hondo. El hambre me nubla la vista. Me mareo. Intento calmar mi ansia pero me siento cada vez más débil. Tengo alucinaciones imaginándome un pavo asado en mi plato, hasta lo veo requemado, pero intento hincarle el diente y lo único que me encuentro es con el aire calenturiento de la isla mezclado con sal y arenilla. Sin pensar me levanto dispuesta a comerme al otro pavo que diviso a lo lejos cacareando, ésta vez del tamaño de un potrillo. A metro y medio de él veo que se trata de un kuna. Él con ojos de sorpresa me advierte con la mirada que deje de morderle la yugular, a mi ya me sabía a gloria. Despierto de mi ensueño con el correspondiente cabreo al darme cuenta de mi error y trato de explicarle al Kuna con barbas que el precio convenido no se corresponde con la comida servida. Como era natural eso da lo mismo. Estamos en una isla desértica donde no hay nada más que millones de peces descojonados por nuestra incapacidad de pescar.

Finalmente acabamos la noche como solo podíamos hacer, olvidado las penas tras un trago de ron y múltiples cervezas que, esta vez sí, los Kuna, que se han apiadado de este grupo de exploradoras sin causa, nos han invitado. Jolgorio que durará hasta altas horas de la madrugada. Yo decido regresar a mi tienda de campaña para realizar ejercicios de meditación ya que no nos queda absolutamente nada de las provisiones que trajimos y mañana hasta marchar de la isla tendré que aguantar hasta el medio día sin probar bocado.


Pero es que son gajes del oficio y es que por mucho que una sepa de pesca, nunca es suficiente.

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